En el año 1939, los abuelos de los Mellizos llegaron a la Argentina en busca de un nuevo comienzo. Viajaban junto a su pequeño hijo Basilio, quien había nacido en Polonia en 1938 y tenía apenas un año de edad. El barco los llevó hasta el puerto de Buenos Aires, punto de llegada de miles de inmigrantes polacos y ucranianos que serían luego destinados a diferentes regiones del país: Chaco, Misiones, Entre Ríos.
Pero la familia de Basilio tomó una decisión diferente. Habían escuchado rumores de que en Mendoza, y especialmente en General Alvear, se estaba asentando mucha “paisanada” dedicada al cultivo de la vid. La idea de trabajar con uvas y vino les resultaba familiar y atractiva, ya que en su tierra natal tenían una profunda tradición vitivinícola.
A diferencia de otras provincias donde predominaban el algodón, la yerba o la madera, Mendoza ofrecía la posibilidad de continuar con lo que mejor sabían hacer: trabajar la viña.
Así fue como eligieron radicarse en una zona llamada La Escandinava, en el departamento de General Alvear.
Una vez instalados, comenzaron a desmontar aquellas tierras cubiertas de monte para transformarlas en terreno cultivable. Con esfuerzo y trabajo constante, fueron plantando las primeras viñas, mientras el sistema de riego por los canales del río Atuel comenzaba a extenderse, llevando agua a las nuevas fincas. De a poco, la tierra empezó a dar sus frutos, y junto con las vides se cultivaron también otras frutas.
El sueño de Basilio y Elena
Años más tarde, cuando Basilio cumplió veinte años, se casó con Elena y decidió independizarse. Su padre le compró un terreno propio y, en el año 1957, comenzó a plantar sus propios viñedos. Fueron años de trabajo arduo, de madrugadas y sacrificio, en una época donde la economía argentina presentaba altibajos constantes.
Basilio vendía sus uvas a las bodegas de la zona, y con el tiempo empezó también a elaborar vino casero, primero para consumo familiar y luego para venderlo.
A mediados de la década del setenta, decidió probar suerte vendiendo uvas en Lanús, Buenos Aires, junto a su hermano Antonio. Durante un tiempo, el emprendimiento prosperó y los unió en el esfuerzo y la pasión por el vino. Sin embargo, tras el fallecimiento de Antonio, aquella etapa llegó a su fin y Basilio debió continuar su camino por otros medios.
Entre 1978 y 1980, Basilio enfrentó graves problemas económicos. Había firmado una garantía que lo llevó a perder gran parte de su patrimonio: su finca quedó embargada y debió entregar sus dos camiones. En 1981, prácticamente en bancarrota y sin recursos, decidió dejar Mendoza para buscar nuevas oportunidades en Buenos Aires.
El destino elegido fue Banfield, donde algunas personas le habían ofrecido ayuda con una casa y un local. Sus hijos, los mellizos Eduardo y Beto, tenían once años y estaban llenos de ilusión por conocer la gran ciudad. Sin embargo, aquel plan no prosperó, y finalmente la familia encontró alojamiento en Morón, justo al lado de lo que más tarde sería el local actual.
El primer local en Morón
Allí, en 1981, comenzó una nueva etapa. Con mucho esfuerzo, abrieron su primer negocio: una pequeña vinería y verdulería. Así nació la historia de Los Mellizos. Desde ese momento, todo fue crecimiento y trabajo. Basilio, apasionado por la elaboración del vino, traía toneles desde Mendoza y los vendía sueltos, junto con vinos de distintas marcas. Durante los meses de marzo y abril, organizaba la llegada de uva mendocina para que los clientes pudieran elaborar su propio vino casero, compartiendo con ellos el conocimiento que había adquirido en sus años de trabajo en Lanús.
El local se convirtió rápidamente en un punto de encuentro en el barrio. Había días en los que se formaban largas filas para comprar los productos mendocinos, y la atención era cálida y familiar. Basilio y su esposa Elena atendían junto a sus cinco hijos: Eduardo, Beto, Dante, Víctor y Marta.
Como dato curioso, en aquellos tiempos existían dos filas: una donde atendían los hijos y empleados, y otra exclusiva para mujeres, donde Elena, con su simpatía y conocimiento sobre recetas y productos, ofrecía un trato personalizado que encantaba a las clientas.
En 1987, ante la imposibilidad de sostener el negocio y de dividirse entre Mendoza y Buenos Aires, Basilio decidió regresar a su tierra natal. En Buenos Aires quedó solo la vinería, que poco después cerró sus puertas. Tres de los hijos se dedicaron al transporte y otro a la carpintería.
Ya en Mendoza, Basilio volvió a trabajar la finca, pero solo durante un año. En 1988, falleció, dejando un enorme vacío y una historia que parecía haberse detenido.
El renacer de Elena y los Mellizos
Con la finca sin trabajar, Elena decidió tomar nuevamente las riendas. Viajaba constantemente entre Mendoza y Buenos Aires intentando sostener la producción y la venta, pero los tiempos eran difíciles y las ventas escasas.
Años más tarde, con el cariño de sus nietos, comenzaría a ser llamada La Baba, apodo que surgió tiempo después y que se convirtió en un símbolo de la unión familiar.
En medio de esa situación complicada, Elena propuso a sus hijos retomar las ventas de frutas que ella enviaría desde la finca. Eduardo y Beto, de común acuerdo, decidieron hacerlo.
Así, con apenas dos camionetas prestadas, comenzaron a salir a vender cajones de duraznos cosechados en su propia tierra. Elena enviaba entre 30 y 40 cajones, y en cuestión de horas los mellizos lograban venderlos todos a verduleros de la zona, quienes destacaban la calidad de la fruta “directa de la finca”. Ese primer éxito los motivó a seguir.
Con el tiempo, se especializaron en el durazno y lograron comprar una pequeña cámara de frío. En 1990, Elena encontró una vieja libreta de Basilio con los contactos de los antiguos clientes que compraban uvas cuando él vendía en el local. Entonces les propuso volver a llamarlos y ofrecerles uva mendocina, como en los viejos tiempos.
Aunque los mellizos estaban cansados por el trabajo en el transporte, aceptaron la propuesta. Empezaron a contactar a los clientes, contándoles sobre el fallecimiento de Basilio y su intención de continuar su legado.
Fue entonces cuando un viejo cliente, un tano llamado Manuel, les preguntó si podían traer un camión entero de uva. Eduardo y Beto no dudaron: dijeron que sí. Manuel se encargó de reunir a sus amigos, y entre todos compraron un camión completo —unas diez toneladas de uva—. Los mellizos viajaron a Mendoza, ayudaron a cosechar junto a Elena y organizaron el envío por transporte hasta Buenos Aires.
Cuando la uva llegó, se encontraron con un nuevo problema: el camión del transporte no podía ingresar a las casas de los clientes. Sin dudarlo, descargaron toda la carga y la trasladaron a uno de sus propios camiones. Pasaron dos días recorriendo Pontevedra y alrededores, repartiendo la uva casa por casa, hasta finalizar muy tarde, un domingo alrededor de las once de la noche, exhaustos pero felices de haber cumplido con cada entrega.
Ese primer camión de uva marcó el renacimiento de la historia familiar. La emoción de haber vendido todo fue inmensa.
Durante los años siguientes, 1992 y 1993, regresaron a Morón y alquilaron un pequeño local frente al actual. Allí vendían vino casero y uvas traídas directamente desde Mendoza. Durante el año comercializaban productos mendocinos, y en la temporada de vendimia se dedicaban de lleno a la venta de uva para elaboración. Los fines de semana, el local se llenaba de clientes que eran atendidos por Elena y su hija Marta, quien fue una ayuda fundamental durante todos esos años.
Así trabajaron durante una década, hasta que en 2003 lograron comprar un galpón.
En 2004, decidieron dar un paso valiente: comenzaron un nuevo proyecto, construyendo el local definitivo. Para hacerlo, ambos mellizos dejaron sus trabajos en la empresa donde se desempeñaban, una decisión difícil ya que significaba abandonar la comodidad de un empleo estable para enfrentar la incertidumbre de un sueño que volvían a empezar desde cero.
El esfuerzo y la fe dieron fruto: el nuevo local creció, y con el tiempo se convirtió en un referente en la zona.
El crecimiento y la expansión
2013-actualidad
En 2013, debido al crecimiento sostenido del negocio, Beto tomó una decisión clave para el futuro de la empresa: trasladarse a Mendoza para trabajar directamente desde la finca. Allí construyó la bodega actual en General Alvear, donde comenzó a producir de forma más organizada y profesional.
Esta decisión resultó fundamental y muy positiva para el desarrollo de Finca Los Mellizos, ya que permitió dividir las tareas: Beto se enfocó en la producción, mientras que Eduardo se encargaba de la venta y atención en el local de Morón.
A pesar de la distancia, trabajaban en conjunto, manteniendo un equilibrio perfecto entre el origen y el destino de los productos. La calidad, la dedicación y el espíritu familiar se mantuvieron intactos, consolidando aún más la marca y su historia.
En 2019, la familia atravesó un momento muy difícil con el fallecimiento de Eduardo. Desde entonces, Beto y su familia continúan al frente de la bodega en Mendoza, mientras que la esposa e hijos de Eduardo siguen trabajando con el mismo compromiso en el local de Morón.
Así, el legado de esfuerzo, unidad y amor por la tierra sigue más vivo que nunca, honrando la historia que comenzó hace tantas décadas y proyectándose hacia el futuro con la misma pasión que impulsó a Basilio y Elena.